Y claro, la limpieza personal es importante, pero también hay que saber cuándo es suficiente, y cuándo se convierte en una presión innecesaria. Ducharte puede ser parte del ritual, sí, pero no tiene que ser una regla inflexible ni una obsesión.

Antes del sexo, una ducha puede ayudarte a sentirte más fresco/a y cómodo/a, sobre todo si vienes de un día largo o con mucho movimiento. También puede convertirse en un momento íntimo si se da en pareja, o en un espacio personal para relajarte y conectar contigo. Pero no se trata de lavarse compulsivamente ni de usar productos agresivos. El cuerpo tiene su propio equilibrio, y en el caso de la zona íntima, ese equilibrio puede alterarse si se usan jabones con fragancias, duchas vaginales o productos que prometen una limpieza “profunda” pero que en realidad no son necesarios.

Después del sexo, una ducha ligera puede ser un buen cierre, sobre todo si hubo sudor, lubricantes o fluidos involucrados. Pero tampoco es una obligación inmediata. De hecho, muchas personas disfrutan del aftercare, de quedarse abrazados, relajarse o simplemente estar en calma antes de levantarse. Lo más importante es hacer pipí después del sexo (especialmente si eres mujer), ya que eso ayuda a prevenir infecciones urinarias. La ducha puede esperar unos minutos o incluso un poco más, sin problema.

Lo ideal es que la limpieza se mantenga como una práctica de bienestar, no como una medida de “validez” para tener sexo. Tu cuerpo no tiene que estar perfecto, ni oler a perfume, ni estar impecablemente rasurado para ser deseado o para disfrutar. El deseo no tiene por qué depender de estándares de pureza o perfección. Así que sí: ducha si te hace sentir bien, si te da paz, si es parte de tu autocuidado. Pero no porque creas que tienes que “quitarte” algo para ser digno/a de intimidad.